La ilusión y el deseo
- por Alexis Castro
- 10 feb 2016
- 3 Min. de lectura

«No es posible vivir sin ilusiones.»
—Francisco José Ramos
En la obra Estética del pensamiento III: La invención de sí mismo, Francisco José Ramos elabora un texto [en la segunda parte de dicho libro, sección Incursus IV: La ilusión y el deseo] donde expresa la correlación que hay entre la ilusión y el deseo, y cómo estos dos «elementos» contribuyen a la elaboración de la identidad personal. Nuestro autor comienza el texto con la siguiente oración: «El cerebro es el órgano de la ilusión: el escenario, también podría decirse, donde se organiza el despliegue cinematográfico de las imágenes mentales». Tal oración dará paso a una discusión entorno a la correspondencia, vínculo o nexo que hay en el conglomerado de mente-cuerpo-cerebro-organismo. Ramos afirma —seguido de la primera oración con la que inicia el texto— que las imágenes mentales puede ser no-conscientes, inconscientes o conscientes. Pero en cada uno de estos status las imágenes mentales aluden a la artesanía de la ilusión. Es en este entramado de imágenes mentales que el cerebro produce las representaciones endógenas y elementales del organismo. Estas representaciones se dan de un modo no-conscientes, ya que conciernen al organismo y no directamente a la actividad del cuerpo tal como lo sentimos. Si sabemos algo sobre tales representaciones es gracias a la neuro-tecno-ciencia, ya que en la experiencia consciente o inconsciente no tenemos acceso a ellas.
Cuando la ciencia del cerebro se propone estudiar el fenómeno de la «consciencia» —sostiene nuestro autor— pierde de vista con extrema facilidad que este no puede explicarse, sin más, por las estructuras no-conscientes del organismo. Por consiguiente, resulta ingenuo reducir la compleja historia de nuestra vida afectiva al análisis de los sistemas límbicos [base neuronal de las emociones]. Cabe destacar el performance o la actuación de la ilusión y el deseo en el teatro del yo. Pero, ¿qué es la ilusión y qué es el deseo? La ilusión es el enmascaramiento del deseo, y el deseo es la esencia del ser humano. Por ende, el cerebro como órgano de la ilusión, la ilusión como enmascaramiento del deseo y el deseo como esencia del ser humano, implica tanto la visión biológica como la visión psíquica de una misma enérgeia [actividad]. Es aquí donde la biología y las confabulaciones humanas se funden en una danza para fraguar las memorias de los cuerpos.
Por otra parte, cabe también destacar la naturaleza insaciable del deseo. De ahí las invenciones, narrativas o ficciones que crea para poder sostenerse y persistir a través del ser-tiempo. En palabras de nuestro autor: «Lo que sostiene el deseo son, pues sus imaginaciones, es decir: la ilusión de aprehender, captar o apoderarse de algo que nunca está realmente presente salvo como construcción ilusionada». Por eso Ramos afirmará que la realidad no es una ilusión, sino un fenómeno ilusionado. De esta manera la ilusión o la persona [el en-mascara-miento de los deseos] lleva a cabo la invención de sí mismo. El cerebro, en tanto que órgano de la ilusión, no deja de construir el sentido de «identidad personal». Pero tal sentido concierne al ámbito psíquico del lenguaje, el cual resulta irreducible a las estructuras neuronales que al mismo tiempo la posibilitan. De la misma forma que no podemos penetrar en el núcleo de una neurona [cerebro-organismo] por medio de una fuerte introspección, tampoco podemos llegar a la esencia de una idea [mente-cuerpo] a través de un interfaz cerebro-computadora. Es decir, tanto las ciencias del cerebro como las confabulaciones humanas deben mantener un diálogo constante para poder llevar a cabo la narrativa [la invención] del self [de sí mismo].
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