¿Por qué debo conocerme a mí mismo?
- por Alexis Castro
- 7 ago 2018
- 5 Min. de lectura

«De todos los conocimientos posibles, el más sabio y útil es conocerse a sí mismo».
—William Shakespeare
¿Por qué debo conocerme a mí mismo? Esta pregunta nos lleva a otra pregunta, y es la siguiente: ¿Cuál es la importancia del autoconocimiento? Antes de responder a estas dos interrogantes, nos gustaría comenzar definiendo qué es el autoconocimiento para luego ver cuál es su importancia o relevancia en nuestras vidas. La definición que vamos a brindar de autoconocimiento es una definición tautológica, es decir, redundante, pero nos sirve para ir adentrándonos en el tema. El autoconocimiento es la comprensión, el entendimiento o el conocimiento que tiene una persona sobre sí misma, sobre sus debilidades y fortalezas, sobre sus estados anímico-emocionales, sus representaciones mentales y sus acciones y reacciones corporales.
Francesc Torralba [filósofo español] define al autoconocimiento como el proceso a través del cual uno va descubriendo quién es. Y la palabra «proceso» aquí es clave. El autoconocimiento es un proceso. ¿Y qué queremos decir con esto? Que el conocernos a nosotros mismos no se da de forma inmediata, requiere de espacio y tiempo; se produce de forma paulatina, de manera lenta y gradual.
Hay que aclarar que el autoconocimiento no se trata de ser «mejor» persona. Y cuando decimos «mejor» nos referimos en términos moralistas. El que quiere ser «mejor» es el ego, para posicionarse como superior a los demás y juzgar a todo aquel que no viva de acuerdo a sus creencias. El autoconocimiento tiene que ver con la comprensión y aceptación de uno mismo y con la libertad que eso produce [con la finalidad de trascender nuestro ego y vivir de una forma más balanceada]. La felicidad o el bienestar viene como consecuencia.
Otra cosa que habría que señalar es que uno no termina nunca de conocerse a sí mismo. No es que uno llegue a un punto y diga: «ya terminé de conocerme a mí mismo; ya sé quién soy de forma definitiva». Recuerdo que en una ocasión un niño de 11 años me preguntó: «¿Ya terminaste de conocerte a ti mismo?». Debo reconocer que dicha pregunta provocó en mí una sonrisa. Por eso es que dicen que los verdaderos filósofos son los niños. No es casual que Jesús de Nazaret haya dicho: Dejen que los niños vengan a mí porque de ellos será el reino de los cielos. Y no solo por su inocencia, sino también por su sabiduría. Así que volviendo a la pregunta del niño, de si terminé de conocerte a mí mismo, estoy en proceso, y lo más importante es que ahora cuento con las herramientas necesarias para vivir de un modo más equilibrado tanto a nivel emocional, mental y corporal.
El autoconocimiento es un proceso dinámico y siempre está en un continuo devenir, en un continuo movimiento. De allí que uno tenga que estar actualizándose constantemente. ¿Por qué? Porque no somos los mismos de ayer. La foto del pasado ya no nos sirve. Hay personas que dicen: «la gente no cambia». Pero la vida, y la ciencia lo ha podido constatar y verificar empíricamente, nos dice todo lo contrario. Todo cambia. Como decían los griegos: panta rei [que significa «todo fluye»]. Y según Heráclito [que era un filósofo griego], nadie puede bañarse dos veces en un mismo río, porque aunque aparentemente el río es el mismo, sus elementos, su cauce, el agua que corre por él, ha cambiado. De igual manera que el río, nosotros también estamos cambiando constantemente. Esto se opone a la noción de permanencia en la cual muchos de nosotros estamos instalados, ya que tal noción nos brinda seguridad y estabilidad. Frases como «yo soy así y no voy a cambiar», reflejan esta visión de permanencia e inmutabilidad [de que las cosas «no cambian»]. Pero incluso las cosas más permanentes con el tiempo también cambian. El cambio es lo único que no cambia, es lo único que permanece.
Cuestión de voluntad y autoconocimiento
Hay un estudio que realizó la Universidad de Edimburgo en Escocia que desmitifica esta noción de permanencia de la identidad. En el estudio tomaron a 1,208 adolescentes de 14 años y les hicieron un test de la personalidad. Sesenta y dos años después lograron conseguir a 174 de esos 1,208 adolescentes [ya convertidos en personas de tercera edad] para hacerles nuevamente el test. Resultó ser que los resultados variaron significativamente en comparación al estudio que le habían realizado cuando eran tan solo unos adolescentes, demostrando empíricamente que la personalidad sí puede cambiar a través de los años. Es una cuestión de voluntad. Pero si queremos cambiar [transformarnos] de un modo intencional, ético y beneficioso, no solo necesitaremos de voluntad, sino también de autoconocimiento.
La visión de una identidad inmutable es una visión ilusoria y limitante. Incluso, muchas veces la utilizamos para justificar patrones de conductas. Pero los patrones de conductas son solo eso, patrones [hábitos]. Y basamos nuestro sentido de identidad en esos patrones, y nos anclamos allí, creyendo que somos eso. Y sí, como dijo Aristóteles, somos lo que hacemos repetidamente. Pero esto también significa que la identidad se construye, se articulada, no nos viene dada de serie, se crea a través de unos hábitos; pero unos hábitos que siempre pueden ser reemplazados por otros. Por ende, podemos sustituir unos hábitos limitantes por otros hábitos que nos potencien valor, bienestar y crecimiento. Como postula John C. Maxwell, el crecimiento personal [mental, espiritual y emocional] —a diferencia del crecimiento biológico— es intencional, no ocurre por sí solo, no se da de forma natural o «automática».
En esto radica la importancia del autoconocimiento, en que nos facilita y nos da la oportunidad de hacer consciente esos hábitos limitantes para intercambiarlos por hábitos pontenciadores, y de esa manera poder convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos [de un modo intencional y estructurado]. Estas dos últimas palabras son importantes, ya que muchas veces queremos cosas en la vida pero no accionamos de forma intencional y estructurada para conseguirlas. Como dice el dicho popular: «Las cosas no caen del cielo». Hay que provocarlas. Hay que trabajar por ellas de un modo intencional.
Por otra parte, tampoco se trata de accionar por accionar, hay que darle sentido y estructura a nuestras acciones para ser más efectivos. No solo se trata de tener una dirección, sino también una planificación para poder llegar a nuestro destino o meta. Muchas veces queremos lograr diversas cosas en la vida pero en ocasiones no las conseguimos. ¿Por qué? Porque no tenemos un plan estructurado. Pongamos el ejemplo de un atleta que quiere ganar una medalla olímpica. Una vez sabiendo quién es y lo que quiere lograr, debe diseñar un plan estructurado [junto a su coach] para poner en práctica y desarrollar las competencias necesarias y, de ese modo, obtener los resultados deseados.
Así que si tú ahora mismo te encuentras en un momento de búsqueda de autoconocimiento, de dirección o planificación, te invitamos a que te comuniques con nosotros para que juntos podamos trabajar y lograr lo que tanto estás deseando. Tus sueños y metas se pueden hacer realidad, ya que tú tienes todo el potencial necesario para lograrlo. Date la oportunidad y permítenos a nosotros acompañarte en este proceso de autoconocimiento y crecimiento personal y/o profesional. ¿Hasta cuándo vas a seguir posponiendo lo inevitable? Esperamos saber de ti. ¡Hasta pronto!
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