El placer de no trabajar
- por Alexis Castro
- 10 abr 2016
- 3 Min. de lectura

«Cuando el trabajo es un placer, la vida es una alegría; cuando el trabajo es un deber, la vida es una esclavitud.»
—Maximilien Robespierre
Hay un mito que narra la historia de un hombre que desafió a los dioses y como castigo fue condenado a perder la vista y a cargar una enorme roca hasta la cumbre de una montaña, desde donde la piedra caía rodando hasta el valle, y ahí tenía que volver a llevarla hasta la cúspide y repetir este suceso una y otra vez de un modo indefinido. Albert Camus, en su libro El mito de Sísifo, se apropia de este relato para explicar la trágica condición humana. Según Camus, la condición humana se hace trágica en el momento que tomamos conciencia de nuestra propia condición. El filósofo argelino afirmará: «Si este mito es trágico lo es porque su protagonista tiene conciencia [...] El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero no es trágico sino en los raros momentos en que se hace consciente».
Por tal razón, Camus pondrá el acento en el momento en el que Sísifo desciende de la montaña, que es el espacio-tiempo donde lo trágico se hace consciente. Este acontecimiento abismal transcurre en un espacio sin cielo y en un tiempo sin profundidad. En otras palabras, es el acaecer de la angustia. Sísifo ha sufrido tan de cerca a las piedras, que ya se ha convertido en una de ellas. El filósofo concluye diciendo que hay que imaginarse a Sísifo feliz. Pero ¿cómo podemos imaginarnos a un Sísifo feliz con este destino trágico? ¿Es posible que desde la misma fuente donde brotan las lágrimas surjan también las sonrisas?
Camus sostendrá que si el descenso [y también el ascenso] se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con alegría. La felicidad y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Es decir, forman parte de una misma realidad. Por tal motivo, podemos imaginar a un Sísifo feliz porque después de adquirir conciencia de su condición trágica-paradójica, no se limita a comprenderla sino que se apropia de ella y la resignifica. Es el instante de la dislocación; es el momentum de la ruptura y la transvaloración; es la ocasión donde Sísifo se hace más fuerte que su roca. Por consiguiente, otro destino es posible. O si se quiere, otra historia puede ser articulada. No hay destino que no se venza con el desprecio. Su destino es su destino y no el de los dioses. Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa.
«El mundo necesita personas que amen lo que hacen.»
—Martin Luther King Jr.
El mito de Sísifo es la metáfora del hombre moderno que trabaja todos los días de su vida haciendo las mismas cosas una y otra vez. Al igual que Sísifo, el ser humano se ve atrapado en el eterno retorno de su trabajo. Su tiempo se ha convertido en un tiempo sin tiempo y su espacio en un espacio bidimensional. Por eso a la mayoría de la gente le pesa ir a trabajar. Trabajan por obligación y no por pasión. Odian los lunes. Si fuera por ellos, acelerarían el tiempo para que llegue rápido el fin de semana; ya que el fin de semana —para algunos— es sinónimo de diversión. Pero ¿por qué la gran mayoría de las personas no son felices con su trabajo? ¿Por qué anhelan desesperadamente que llegue el fin de semana? Porque están cargando con una piedra que no les pertenece. Su roca no es su cosa. Porque están en la montaña equivocada. Porque trabajan solo para ganar dinero y no para crear riqueza. Porque su destino le ha sido impuesto por otros. De hecho, hay personas que estudiaron lo que los padres querían que estudiaran. Hay otras que estudiaron ciertas carreras porque les iban a generar más dinero, aunque tales carreras no les apasionaban. Y ahora esas mismas personas tienen dinero pero no tienen satisfacción.
Por eso la idea está en trabajar en algo que nos apasione. Nos dijeron que una cosa es lo personal y otra cosa es lo profesional. Y sí, es cierto, pero lo que no nos dijeron es que caminan juntos de la mano. Podemos convertir nuestra pasión en nuestra profesión; podemos hacer de nuestro trabajo una aventura. No permitamos que nuestra felicidad dependa de los fines de semana y mucho menos de nuestras vacaciones. Es tan miserable ser feliz solamente dos semanas al año. Por eso hay que trabajar para no trabajar. Que nuestro trabajo no sea un trabajo. Como dijo Confucio, elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida. En esto consiste el placer de no trabajar: en amar lo que se hace y hacer lo que se ama.
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