El arte de hacer nada
- por Alexis Castro
- 21 feb 2016
- 4 Min. de lectura

«El no-hacer es el único capaz de hacer todas las cosas.»
—Lao Tsé
Vivimos unos tiempos de hiperactividad. Vamos corriendo por la vida porque hay que hacer tal o cual cosa. Desde pequeños nos están preguntando qué queremos ser cuando seamos grandes. Pero ese «ser» lo hemos traducido en «hacer». Hay que hacer una carrera; hay que hacer dinero; hay que hacer una familia; hay que hacer tal cosa en la casa; hay que hacer algo este fin de semana; hay que hacer una dieta; hay que hacer ejercicios; hay que hacer... Estamos abrumados y cargados de actividades. Tenemos la agenda llena. La frase favorita de algunos de nosotros es: «No tengo tiempo; tengo que hacer par de cosas». Buscamos constantemente hacer algo. Necesitamos tener la mente ocupada; no soportamos el ruido del silencio. Sentimos que si no estamos haciendo algo, estamos perdiendo el tiempo. El no hacer nada nos aburre, nos agobia y nos aterra. Cuántas veces hemos escuchando a nuestros amigos decir: ¿Qué haces? ¿Qué inventas? ¿Qué harás hoy? Vamos a hacer algo; estoy aburrido.
No solo nos aterra el no hacer nada, sino que también nos aterra la soledad. Por eso necesitamos estar constantemente conectados con los demás. Estar siempre en modo «online». El estado «offline» lo asociamos con la muerte del yo. Por tal razón, sentimos la «necesidad» de estar continuamente publicando cosas en nuestras redes sociales. Queremos gritarle al mundo: ¡Estoy aquí! ¡Estoy vivo! ¡Miren quién «soy»! ¡Miren las cosas que hago! Pero ¿qué se esconde detrás de todo esto? El miedo a encontrarnos con nosotros mismos. El temor de escuchar la voz que habita en nuestro interior. Sabemos que la soledad, el silencio y la inactividad nos confronta con el espejo de nuestra condición humana. Cuando nos encontramos en este estado, tendemos a pensar en nuestras preocupaciones y limitaciones [las deudas, el trabajo, los estudios, la muerte, etcétera]. Por tal motivo estamos frecuentemente huyendo de nosotros mismos y de nuestras circunstancias. Pero esa huida de nosotros mismos, y ese refugio que encontramos en las cosas, en las actividades o en los demás, en ocasiones no sana de raíz nuestros problemas, sino que los desplaza hacia el día de mañana. Y el día de mañana volverá, y junto con él, los mismos problemas. Entonces, ¿qué podemos hacer para solucionar tal situación? ¿Qué podemos hacer para desconectarnos un poco de las cosas y de los demás? ¿Qué podemos hacer para no seguir huyendo de nosotros mismos? ¿Qué podemos hacer para no hacer nada?
El arte de hacer nada
No pretendo con este escrito elaborar una crítica de la acción y una apología de la vagancia. Mucho menos tengo la intención de hacer un llamado a no hacer nada en un sentido perezoso. Hacer eso sería una irresponsabilidad. El hacer, el movimiento y la actividad son condiciones necesarias de la vida. Sin cada uno de estos elementos la vida fuera imposible. De hecho, en el «no-hacer» también estamos haciendo. El «no-hacer» sigue siendo una tarea, pero una tarea pasiva. Por eso mi señalamiento no se dirige a la actividad en sí, sino a la hiperactividad. Es bien importante el prefijo «hiper», que puede ser traducido como «exceso». Si el vaso tiene exceso de agua, parte del agua se va a perder. Y esto es precisamente lo que pasa con cada uno de nosotros cuando estamos saturados de actividades, parte de nuestro ser se pierde en esos quehaceres. Por ende, no podemos confundir la hiperactividad con la vida. El niño hiperactivo que hay dentro de nosotros debemos de tranquilizarlo. Pero ¿cómo?
Mi invitación es que tomemos un tiempo en la semana para no hacer nada. Que saquemos un tiempo para nosotros mismos, sin compañía alguna [incluyendo el celular]. Que dejemos de hacer lo que estemos haciendo y no hagamos «nada». Pero no se trata de no hacer nada en un sentido indolente, sino de no hacer nada en un sentido intencionado. No es que estemos sin hacer nada porque no tengamos nada que hacer, sino que deliberadamente escojamos no hacer nada. Que de la misma manera que sacamos un tiempo para ejercitarnos, también cojamos un tiempo para relajarnos y meditar. Se trata de desconectarnos un poco de las cosas para conectarnos más con nosotros mismos. Dejar de hacer para comenzar a ser.
¿Cómo llevar acabo dicha tarea?
Para empezar debemos seleccionar un lugar donde podamos concentrarnos. Un lugar seguro y que propicie un ambiente de relajación y concentración. Podemos ir a un parque, a la playa, al campo, a una montaña... y tomar un tiempo [algunos recomiendan de 15 a 30 minutos] para respirar de un modo profundo y despacio, sintiendo nuestra respiración. Podemos contar nuestras respiraciones del 1 al 10, y repetir esta dinámica varias veces hasta «vaciar» nuestra mente. De lo que se trata es de dejar de pensar para comenzar a sentir. Si no podemos dejar de pensar, intentemos observar nuestros pensamientos sin identificarnos con los mismos. No somos nuestros pensamientos, sino el ser que está consciente de los pensamientos. Dejar que los pensamientos aparezcan y desaparezcan, al igual que las nubes lo hacen en el cielo. No luchar y ni mostrar resistencia contra los mismos. Dejar que estos sean sin identificarte con ellos. Al principio no es fácil, pero como toda disciplina o ejercicio, requiere de práctica y repetición. La idea es liberar el estrés con el que vivimos diariamente y conectar más con uno mismo y con lo que hay, es decir, con el aquí y el ahora. En otras palabras, estar presentes, desconectarnos del pasado y no preocuparnos tanto por el futuro. ¿Podemos intentarlo?
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